POR: MIGUEL SALVADOR RODRÍGUEZ AZUETA
Con un parto prematuro – inducido diría yo – Mexico nace el 28 de septiembre de 1821 con el Acta Constitutiva del Imperio Mejicano.
Antes de esa fecha, todo era ilusión y el parto no se veía complicado, es más, desde la proclamación del Plan de Iguala en febrero del mismo año, los sucesos se iban desarrollando de una manera que auguraban un alumbramiento feliz.
La fuerzas realistas poco a poco iban cediendo plazas importantes, insisto, como cuando se presenta un embarazo imprevisto en una familia conservadora y con el paso de los días los familiares van ablandándose y sólo se teme la reacción del último en enterarse, que casi siempre es el patriarca de la familia, el abuelo de Benito Pérez Galdós, en este caso el Rey de España.
El representante del Rey de España llega tarde, las labores de parto han comenzado, ya no hay marcha atrás, decide cooperar o al menos finge, sabe que está condenado de todas formas, o es el paredón por traidor a la corona o a morir de vomito negro en los médanos frente a Ulúa.
– ¡Cooperas o cuello! –
O’Donojú no es partero, pero se toma los atributos y pasa a la historia nacional como tal.
Se elige la Villa de Córdoba para inducir el parto, el partero que no es partero se adhiere a la propuesta del padre del niño que esta por nacer, para darle nombre y apellido y elegir como padrino a Fernando VII, pero en caso de que no acepte, porque saben que el niño es prematuro- pues cualquier otro que si quiera reconocer al niño.
Después del parto viene el bautizo y al homunculus le llaman Imperio Mexicano, como si por el solo hecho de designarle el atributo se hiciera realidad los deseos ardientes del padre que visualiza en su orgullo y nepotismo lo que no existe aún.
A Iturbide le ganó el orgullo paterno y fue cegado por un ideal quijotesco que pago con su vida.
Las naciones no nacen con buenos deseos, declaraciones o proclamas, el parto inducido requería moldear el fango con sudor, pólvora, plata y sangre, ingredientes que muy pocos se atreven a trabajar, porque se requiere estomago para tal encomienda y falta de escrúpulos.
México es un joven de 200 años, en la edad de las naciones apenas sale de la adolescencia, con la ventaja de contar con la experiencia de aquel parto prematuro y con una fuerza genética ancestral que a diferencia de otras naciones, nos augura un futuro prometedor.
