Por: Jorge A. Silva Rodríguez
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En toda democracia se requiere de mecanismos de diálogo para llegar a una representatividad plena en el mediano y en el largo plazo y así, discutir con sustancia y conocimiento las iniciativas de políticas públicas. Sin embargo, la polarización que existe en México, evidenciada en el Congreso Federal en el marco de la aprobación de la reforma eléctrica el pasado domingo 17 de abril, nos presenta un escenario de ingobernabilidad en el corto plazo. Cero diálogos.
No se ha trabajado para contrarrestar la narrativa dominante que tiene el presidente desde palacio nacional. La oposición en general no ha hecho mucho respecto a cómo reparar las grietas socio-estructurales que dividen al País y restaurar una cultura democrática común; la perspectiva en general es de un retroceso democrático y de rupturas que aumentarán en el futuro, pensando que vienen elecciones en el verano en 6 estados, y por supuesto las elecciones en 2024 que representarán o una transición a otra visión menos polarizante o la continuidad de la denominada cuarta transformación.
La vieja forma de hacer política no ha muerto del todo y esta encarnada en el partido que gobierno; la nueva, o lo que pretende ser diferente, aun no acaba de nacer. La descomposición social, manifestada en movimiento sociales beligerantes son reacciones contra el sistema político polarizado y totalmente disfuncional que incrementa el encono entre sus lideres y repercute en una desigualdad y precariedad de interlocución con la población.
El debate se vuelve simplista; se pelea entre una corriente que llaman tecnócratas que recibe críticas por evadir reclamos sociales y empobrecer al país y una corriente que piensa que la política pura les confiere sentido y dirección para solucionar los problemas. Nada más alejado de la realidad pensar que solo hay dos corrientes de pensamiento, que solo hay dos posturas dentro de un sistema de partidos plural y donde la ideología de cada uno de ellos este lejos de los principios que los fundaron. El tema es pragmático, el tema es ganar espacios y ganar poder. Una vez que los partidos están polarizados, su dinámica se refuerza con su actuar.
Conforme se acerquen las elecciones presidenciales, se intensificará la lucha por el control por parte de la presidencia y el partido en el poder; los resultados en política pública no son buenos -analizados con sus propios datos- y no se aprecia un horizonte donde la transición pueda ser real e integra. La pregunta es: ¿Cómo vislumbrar un horizonte con visión de mediano y largo plazo, cuando las dos corrientes “ideológicas’ han renunciado al dialogo en su máxima expresión? y, ¿Hasta dónde resistirá el débil sistema de partidos que tenemos hoy en día?
La falsa visión democrática que tiene los partidos es alarmante; hay esperanza al saber que instituciones aun resisten y creen en la democracia: la Suprema Corte de Justicia, el Instituto Nacional Electoral y el reciente resurgimiento de la oposición después del proceso electorero de revocación de mandato y el rechazo a una reforma constitucional símbolo del gobierno en turno, que permiten ver un contrapeso ante tantas arbitrariedades y violaciones a la ley del gobierno en turno.
La batalla pareciera ser entre populismo y democracia; en realidad, hay muchos más elementos -geopolíticos, económicos y culturales- para pensar que el diálogo terminará imperando y que las transiciones son necesarias para fortalecer a nuestra joven democracia.