La manipulación de “la verdad” suele ser parte de las acciones más usadas por los estrategas políticos para desacreditar a un adversario.
Uno de los recursos más utilizados y efectivos en el escenario actual es el discurso de “violencia de género”; la lucha por la igualdad y la equidad está siendo pervertida y manipulada por la clase política.
Basta una simple acusación introducida y patrocinada en la agenda de los medios para detonar un efecto dominó, donde unos siguen a otros, en una cascada de noticias que suelen tener efectos devastadores para quien sin ser juzgado, se convierte en culpable ante la opinión pública.
Los estrategas políticos que recurren a estas sucias acciones saben de los alcances y efectividad que representa patrocinar y financiar una “verdad falsa”.
En esta perversa dinámica, los medios se convierten -a veces sin saberlo y otras con toda conciencia- en juzgados públicos donde se litiga y condena, mientras que la sociedad termina siendo víctima de la manipulación a través de “verdades falsas” construidas desde el poder.
Una de las características más perversas del “linchamiento mediático” radica en su impunidad pública masificada, no hay retorno.
Las calumnias y las mentiras disfrazadas de verdad, las pruebas falsas y en general todas las agresiones que atropellan los derechos del señalado y su presunción de inocencia prevista por los códigos civiles y penales, cobran especial virulencia cuando se producen en público, sin fronteras ni mesura posible.
Nadie puede reparar un daño que hace metástasis en un caldo de cultivo prefabricado, abonado y financiado con morbo e impunidad sistémicas.
Pero el efecto más dañino del “linchamiento mediático”, por su perversión y volumen, radica en su capacidad de instalar la cultura de la descalificación como algo normal que se escuda en la “libertad de expresión”.
El linchamiento mediático es un atentado al Estado de Derecho y un retroceso de orden jurídico y social que nos degrada como sociedad y que pone en jaque a los medios.
