Moisés Yoldi
En 1988 Chile era gobernado con mano de hierro por el General Augusto Pinochet, quien se había hecho del poder a través de un golpe de Estado perpetrado en 1973 en contra del presidente Salvador Allende.
La idea de Pinochet era mantenerse en el poder y extender su dictadura, pero ahora con el respaldo de la gente, para ello convocó a un referéndum como una forma de validar su gobierno.
Sin embargo y en contra de todo pronóstico, perdió y el “No” se impuso, dando paso a elecciones presidenciales y el inicio de la transición democrática en Chile.
Esta fue la historia del referéndum que regresó la democracia a Chile tras más de dos décadas de una larga noche que duró casi 20 años.
El 5 de febrero de 2018, los ecuatorianos acudieron a las urnas para decidir en referéndum sobre uno de los aspectos cruciales de la arquitectura institucional del país, del que dependía el futuro político de su expresidente Rafael Correa.
El tema en consulta era la eliminación de la reelección indefinida introducida en diciembre de 2015 y que hubiera permitido a Rafael Correa, padre de la “revolución ciudadana”, que gobernó durante una década, volver a presentarse a las próximas elecciones.
Los ecuatorianos acudieron a las urnas y se decantaron por el NO, impidiendo que Correa se presentara nuevamente a elecciones y sepultando la figura de reelección indefinida.
El referéndum al igual que el plebiscito, son herramientas democráticas de participación directa, que permiten a los ciudadanos incidir y decidir sobre temas de trascendencia y de interés público.
Los partidos de oposición en México pasarán a la historia por haber boicoteado y despreciado un ejercicio democrático inédito.
Sin duda el referéndum de revocación de mandato es perfectible, ciertamente está contaminado por el ambiente de polarización que persiste en nuestro país, pero en términos democráticos, resulta una insensatez boicotearlo sin siquiera haberlo puesto a prueba.