Por: Moisés Alejandro Hernández Yoldi
La amenaza de la instauración de un régimen autoritario se cierne sobre el escenario político y social del país. El presidente en su afán de consolidar su proyecto político, no duda en avasallar a sus opositores y se apresura en la implementación de los cambios estructurales en el Congreso.
Un ejemplo de ello es la reforma a la Ley de Energía Eléctrica, que forma parte del plan para regresarle al Estado la rectoría absoluta del sector, y de esta manera revertir las modificaciones realizadas durante el gobierno de Peña Nieto a través de la Reforma Energética, que abría el sector a inversiones privadas.
El modelo estatista y nacionalista que impulsa el presidente López Obrador, va en sentido contrario a la visión neoliberal que propone la privatización de las empresas del Estado, y que fue el proyecto político-económico sobre el que transitaron los gobiernos de Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, y que es apoyado y respaldado por el sector empresarial.
La obstinación del presidente López Obrador raya en la terquedad, está claro que es un hombre de fuertes convicciones al que le cuesta trabajo corregir y rectificar; la tenacidad y persistencia con la que se ha conducido a lo largo de su vida, han sido virtudes admirables, pero todo en exceso es malo, y esa misma obstinación empieza a radicalizarlo y a aislarlo, incluso en su círculo más cercano.
Hombres de toda su confianza como Carlos Urzúa o Javier Jiménez Espriú, han abandonado el barco y son una muestra preocupante de la intolerancia y autoritarismo del presidente; conmigo o contra mí, pareciera ser su lema.
Por ello, hoy más que nunca es necesario, indispensable y urgente que la oposición asuma su responsabilidad y sirva de contrapeso, que sea una alternativa real y viable para la sociedad; preocupa la estrategia y la ruta que han tomado, limitando su oferta a ignorar los aciertos, centrando su crítica en la persona, descalificando y denostando de manera sistemática y obsesiva, perdiendo toda ecuanimidad, cayendo en la trampa que les ha tendido el propio presidente, quien por su naturaleza de opositor y luchador social, requiere de un antagonista que represente su antítesis, él es el pueblo y los otros son el enemigo del pueblo.
La postura de sus adversarios políticos sirve más a los intereses del presidente que a los intereses de la propia oposición.
Que la oposición proponga retomar la senda del pasado es un absurdo, como si el pasado no estuviera plagado de problemas y no fuera la causa por la que millones de mexicanos optaron por darle la espalda y desplazarla del poder.
Ofrecer regresar al pasado inmediato, acusando a López Obrador de querer regresar al pasado remoto es demencial, estúpido y absurdo. En esa lógica, el pasado reciente o remoto es el destino, y el futuro, una ilusión.
Confundida, la oposición no sólo ha extraviado la memoria sino también la creatividad y la capacidad de construir, por ello, su actitud es cada vez más reactiva y reaccionaria, ingenua y torpe, cayendo una y otra vez en la trampa.
Así, revuelta y extraviada, la oposición no representa una alternativa para millones de mexicanos que buscan pero no encuentran; y mientras el presidente juega al límite, echando mano de su seductor discurso populista, y de sus dotes y experiencia política, la oposición no acierta a elaborar un discurso con propuesta y se limita a asumir una postura de resistencia.
En ese intento fallido arrastran a las organizaciones sociales, a los organismos empresariales y a un sector de la sociedad que observa con genuina preocupación el rumbo que toma el país.