Por Art1llero
En política, como en la física, toda acción genera una reacción, y el nuevo embate contra el senador Manuel Huerta Ladrón de Guevara, orquestado desde la dirigencia estatal de Morena, confirma que hay dirigentes que aún no comprenden que, en ciertos casos, la presión no aplasta, sino que engrandece.
La campaña en su contra no es espontánea, es una ofensiva sincronizada, con una red de voces satélite alineadas para repetir acusaciones de “operar contra el partido”, un señalamiento difícil de sostener cuando se repasa el expediente político de Huerta: fundador de Morena, constructor de base social en comunidades marginadas y figura que, guste o no, ha sido parte del ADN del movimiento desde su gestación.
El problema para sus detractores, no es su supuesta deslealtad, sino su persistente incomodidad. Huerta mantiene una voz combativa incluso hacia adentro, sin el hábito cortesano que algunos quisieran imponer a la militancia.
Ha señalado errores, abusos y omisiones de la dirigencia, especialmente aquellos que han costado derrotas, como en las pasadas elecciones municipales. No dispara contra el partido, sino contra la conducción errática y, en muchos casos, soberbia de su cúpula estatal.
No es casual que, pese a haber ganado encuestas internas –el método que Morena utiliza para designar candidaturas– Huerta haya cedido espacios por disciplina partidista. Lo hizo incluso en la elección interna que definió la candidatura a la gubernatura.
Ese capital político y operativo lo convierte hoy, en un aspirante natural a la gubernatura dentro de cinco años; precisamente por eso, quienes hoy ocupan el poder buscan borrarlo del tablero antes de que llegue el momento de mover las piezas.
Paradójicamente, en su afán por expulsarlo, sus adversarios logran el efecto contrario, lo mantienen en el centro de la agenda política, lo proyectan como el bastión de la crítica interna y lo elevan, sin quererlo, a la categoría de referente moral.
En política, la persecución fabrica mártires; y los mártires, tarde o temprano, se convierten en banderas.
Si Morena quiere preservar la unidad que presume, deberá entender que un movimiento sin voces incómodas se convierte en un coro monótono, y que un partido que castiga la crítica interna se condena a repetir sus errores sin que nadie se los señale.
El verdadero problema para la dirigencia estatal de Morena no es Manuel Huerta, es su propia incapacidad para debatir sin recurrir a la guillotina.
