Por: Art1llero
Por décadas, la política mexicana estuvo definida por el peso aplastante de estructuras partidistas que envejecieron con el sistema mismo. PRI, PAN y PRD marcaron el paso de la democracia posthegemónica, pero al mismo tiempo, construyeron sus propias losas.
Hoy, en medio del desgaste institucional, el descrédito de la clase política tradicional y la creciente desafección ciudadana, ha emergido una nueva narrativa: la de Movimiento Ciudadano (MC), un partido que, sin ser nuevo, ha sabido reinventarse como si lo fuera.
Fundado por Dante Delgado, un político de largo aliento y mirada estratégica, MC ha dejado de ser visto como un actor marginal para convertirse en la fuerza más atractiva para un sector clave del electorado: los jóvenes, los inconformes, los huérfanos del sistema partidista tradicional.
Este fenómeno político-social y mercadológico merece una lectura atenta, porque no se trata únicamente de jingles pegajosos o campañas coloridas, sino de una construcción calculada de identidad alternativa.
Movimiento Ciudadano ha logrado posicionarse desde la idea del outsider, pese a ser un partido con registro desde 1999. Su capacidad de conectar emocionalmente con las audiencias jóvenes a través de campañas vibrantes, optimistas y con un lenguaje visual moderno y contagioso, ha reconfigurado el tablero electoral.
El “fosfo fosfo” de Mariana Rodríguez o los bailes de Samuel García no son simples frivolidades virales; son parte de una estrategia comunicativa eficaz, una que entiende las lógicas de la era digital y las convierte en capital político.
Pero más allá del marketing, MC ha sabido nutrirse de liderazgos con potencial: Samuel García en Nuevo León, con una gestión polémica pero siempre en el foco; Luis Donaldo Colosio Riojas, cuya sola mención evoca una narrativa de redención y esperanza; Patricia Mercado, con una trayectoria sólida y progresista; Jorge Máynez, quien emergió en el escenario presidencial con un tono fresco, directo y crítico, logrando conectar con una audiencia que busca una política menos acartonada y más honesta; y un emergente grupo de jóvenes figuras que entienden la política no como una herencia, sino como un proyecto personal de transformación.
La reciente visita de Colosio Riojas a Veracruz es ilustrativa del momento que vive MC. Su sola presencia provocó revuelo. No necesitó aspavientos ni retórica grandilocuente; su carisma sereno, su trato respetuoso y su consciente manejo del legado paterno hicieron evidente que su figura trasciende la política del espectáculo.
Luis Donaldo representa esa idea de renovación sin estridencia, de moderación con causa, de dignidad heredada pero no explotada. Habla poco, pero dice mucho. Y sabe que el tiempo está de su lado.
Movimiento Ciudadano no es (aún) una mayoría, no gobierna los estados más grandes ni domina el Congreso, pero ha sabido construirse como la tercera vía, como ese espacio en el que se refugian quienes no quieren volver al pasado ni se sienten cómodos con el presente. Su narrativa es la del futuro: joven, digital, incluyente, horizontal.
Falta camino, tendrá que demostrar que más allá del discurso y la mercadotecnia, puede construir gobiernos eficientes, éticos y con visión de largo plazo. Sus éxitos en Jalisco y Nuevo León están bajo la lupa; la política es también gestión, no sólo imagen.
Pero por ahora, Movimiento Ciudadano ha ganado algo invaluable: la atención. Y en un ecosistema saturado, indiferente y polarizado, ser escuchado con simpatía ya es una conquista.
La pregunta es si MC podrá madurar sin perder su frescura, si podrá gobernar sin convertirse en lo que combate. Y si sabrá usar su momento no para deslumbrar, sino para transformar. P
Porque el país no necesita más figuras; necesita más proyectos. Y ahí, aún está por escribirse el siguiente capítulo.
