Por Gigi Rodríguez
Hay un tipo de historias que me resultan irresistibles: Aquellas donde la trama se tuerce de manera inesperada y el esposo abusador recibe el castigo que merece. Ese subgénero del thriller psicológico no solo engancha por el suspenso y los giros, sino porque hay una especie de justicia poética en ver cómo se desmorona el poder de alguien que se escondía detrás de la máscara de “hombre ejemplar”.
The Housemaid es un buen ejemplo de esto. Durante gran parte de la lectura, el relato parece inclinarse hacia una esposa que pierde la razón, pero el giro revela una verdad mucho más oscura: Ella no estaba loca, estaba atrapada. Ese cambio de perspectiva es lo que hace que la lectura se sienta tan satisfactoria, porque nos recuerda que muchas veces lo que parece “irracional” en una mujer es simplemente la consecuencia de haber sobrevivido a la manipulación y al maltrato.
Al principio, Andrew parecía encantador, el hombre perfecto, aquel que cualquier lectora podría admirar… Hasta que comenzó a mostrar su verdadero rostro. Cada gesto, cada palabra amable, estaba calculado para manipular, para romper la mente de Nina sin que nadie se diera cuenta.
Y lo que hizo con Nina es casi insoportable de leer: Planeó meticulosamente cómo volverla “loca” a los ojos de todos, incluso hasta culparla de intentar matar a su propia hija para que nadie le creyera. Se ganó la confianza de sus amigas para que le contaran cada cosa que Nina decía contra él, la encerró en el ático por no teñirse y dejar que su raíz se viera, la obligó a arrancarse cien cabellos —y como uno no tenía pruebas de la raíz, la hizo repetirlo—, drogó a su bebé y a ella para luego decir que Nina era culpable, la castigó por desperdiciar luz… Cada castigo era absurdo y cruel, diseñado para quebrar su mente, y la novela no lo edulcora.
Millie, en cambio, un personaje que aunque sufre por su pasado tormentoso, termina siendo la pieza clave en el plan de Nina. Fue ella quien, con astucia, logró encerrar a Andrew y obligarlo a arrancarse cuatro dientes, un acto que finalmente cerró el ciclo de abuso y revierte el poder de manera impactante. Este tipo de justicia me fascina no por el dolor, sino por cómo la narrativa pone a los abusadores en su lugar, mostrando que incluso quienes parecen invencibles pueden caer.
Al final, como la propia Nina lo dice: Ella no contrato a Millie para ser su sustituta, sino porque seria ella quien lo mataría.
Lo que hace único a The Housemaid es cómo te hace sentir atrapada junto a las protagonistas. Andrew nos engaña a las lectoras igual que a Millie y Nina, y la tensión constante no es solo por lo que hace, sino por la construcción psicológica de la historia: Cómo cada acción de control, cada manipulación, va tejiendo un nudo en la mente del lector hasta que llega el momento de liberación.
Es más que un thriller psicológico; es un recordatorio brutal y hermoso de que las apariencias engañan, de que los abusadores no siempre ganan y de que hay historias donde la víctima, finalmente, se convierte en la que manda.
