Por Gigi Rodríguez
Cenicienta siempre fue narrada como la promesa del “y vivieron felices para siempre”: Un zapato de cristal, un baile deslumbrante, un príncipe que reconoce a su amada y una muchacha que pasa de la ceniza al palacio. Pero Emilie Blichfeldt, con The Ugly Stepsister (2025), desmantela ese barniz perfecto y nos sumerge en la cara más cruda de los cuentos de hadas. Su película es un body horror feroz, un espectáculo grotesco y brillante que demuestra que, en el corazón de la historia, siempre hubo un mensaje inquietante: El valor de una persona puede ser reducido a la apariencia.
La protagonista, Elvira —interpretada con una mezcla de vulnerabilidad y crudeza por Lea Myren— no es solo “la hermanastra fea”. Es el espejo de lo que ocurre cuando alguien se ve empujado a transformarse, a mutilarse, a moldearse para encajar en un ideal que no eligió. La obsesión con el príncipe es apenas la punta del iceberg; lo que subyace es la presión de un sistema que decide qué cuerpos merecen amor y cuáles deben ser rechazados.
La cinta no se limita a mostrar la sangre y las cicatrices; en su estética exagerada, en la fotografía inquietante de Marcel Zyskind, en la música que oscila entre lo melancólico y lo kitsch, se esconde un comentario más profundo. Nos habla de cómo lo bello y lo podrido pueden coexistir, de cómo el glamour y la decadencia se entrelazan en un baile incómodo. Y en ese choque, el espectador se ve obligado a preguntarse: ¿Qué parte de este horror no es fantasía, sino un reflejo de lo que vivimos a diario?
Porque, al final, The Ugly Stepsister no habla solo de Elvira o de un cuento reinventado. Habla de nosotros. Todos, en algún punto, hemos sentido el filo de esas expectativas que dictan cómo “deberíamos vernos”. Da igual si eres mujer, hombre, joven o mayor: Los estándares de belleza pesan, señalan, comparan. Nos hacen dudar de si nuestro cuerpo, nuestro rostro, incluso nuestra manera de habitar el mundo, merecen aprobación.
Lo sé porque lo viví hace poco. Ahora que estoy en el proceso de mi boda, escuché comentarios que parecían sacados directamente de este relato: “Ese estilo de vestido puede marcarte los kilos de más”, “Debes adelgazar un poco más para que te entre bien”. Frases dichas como consejos, pero que en realidad son recordatorios de que, aún en los momentos más íntimos y personales, siempre hay un ojo externo juzgando. Y sin embargo, lo que terminó importando no fue lo que dijeran, sino cómo me sentía. Escuché mi voz por encima de todas las demás y elegí el vestido de mis sueños, no el que otros esperaban que usara.
Esa decisión me hizo comprender algo que la película también grita: La belleza impuesta es una prisión invisible. Nos atrapa cuando nos obsesionamos con cumplirla, y nos libera cuando nos atrevemos a cuestionarla. No se trata de negar la vanidad o de fingir que no nos importan los comentarios, sino de reconocer que nuestra identidad no puede reducirse a la aprobación externa.
“The Ugly Stepsister” expone la crueldad de los estándares, pero también la fragilidad de quienes los persiguen. Y tal vez, en esa fragilidad compartida, está la verdadera empatía. Porque todos, en algún momento, nos hemos sentido como Elvira: Insuficientes, comparados, medidos. La diferencia está en decidir si dejamos que esa narrativa nos consuma o si, poco a poco, empezamos a escribir una versión distinta de nuestra historia.
Al final, la magia no está en el zapato de cristal ni en el príncipe, sino en atrevernos a ser fieles a nosotros mismos. Y quizá esa sea la lección más poderosa: Que la belleza auténtica no se mide en centímuetros, tallas o miradas ajenas, sino en la paz de habitar nuestro propio cuerpo sin pedir disculpas por él.
