Por Gigi Rodríguez
Escuchar Man’s Best Friend es como tener a Sabrina Carpenter en pijama, sentada en el piso de tu cuarto, desmaquillándose con risas y con una carpeta mental llena de anécdotas que alternan entre la lágrima y el chiste malo. Te cuenta cómo la subestimaron, cómo la dieron por sentada y, con una media sonrisa, suelta la broma que sostiene todo el disco: “si ellos me tratan como a un perro, ok—soy literalmente la mejor amiga del hombre”.
La portada (ella a cuatro patas, un puño masculino apretando su pelo) no es un juego de roles barato; cobra sentido cuando oyes lo que canta: el álbum es una sátira sobre cómo muchos hombres “domestican” a las mujeres que aman. Ella misma zanjó la polémica y dijo, con ironía, que quienes se escandalizaron debían “salir más” y que la imagen era perfecta para lo que el disco es y representa.
Musicalmente, este es el disco en el que la artesanía alcanza la obsesión. Jack Antonoff está al mando, sí, pero aquí no hay plantilla: Hay instrumentos vivos, arreglos que respiran y hasta guiños extravagantes (clavinet, sitar, campanas) integrados con un gusto casi maniático. La crítica británica subrayó que Man’s Best Friend está “cosido al milímetro”, con una banda (los Bleachers) elevando canciones ya de por sí adictivas. Y remató: frente a esto, Short n’ Sweet—el blockbuster del año pasado—hasta parece rudimentario. Yo no llegaría tan lejos, pero sí coincido en que aquí Sabrina se oye más grande, más ancha, con un rango vocal que por fin luce sin compresión pop.
También es, curiosamente, su álbum más “clásico” en la forma y más cuchillo en el subtexto. Pitchfork lo describe como el punto álgido de su personaje: Canciones de pop formalmente impecables, guiñadas de comedia y una intérprete que por fin domina el equilibrio entre showgirl y cronista sentimental. Y ojo: No es “más de lo mismo”. Si Short n’ Sweet (24/08/2024) fue un caramelo de doce cortes que consolidó su omnipresencia, Man’s Best Friend (29/08/2025) es un banquete con recetas más complejas, estructuras menos obvias y letras que dejan marca.
La prueba está en las canciones. “Manchild” parece una montaña rusa con curvas improbables: Verso y puente no se repiten igual, el groove tiene polvo de country y la melodía coquetea con lo “incorrecto” pop… Hasta que, tres escuchas después, te descubres tarareando cada quiebre como si hubiera estado ahí toda la vida. “Tears” baila con un nu-disco nervioso, sexy, donde ella se derrite ante la competencia básica masculina (esa coreografía de deseo/fastidio que tan bien se le da). “Sugar Talking” cose country de tres acordes a un slow jam de escuela Babyface sin que se le vean las costuras. Y “House Tour” es una maravilla de puesta en escena: Te pasea por una casa metafórica—con “Chips Ahoy!” incluidos—mientras te enseña dónde guarda su paciencia. Todo eso suena a chiste… Y a disciplina.
El tema, claro, son los hombres. No en clave de panfleto, sino de observación cruel y brillante: Los hombres tratan a las mujeres que salen con ellos como a perros, dice el disco sin decirlo, y ahí encaja el título como una bofetada elegante. Lo notable es que Sabrina jamás pierde el filo del humor: Su obscenidad es performática, su ternura es un trampolín para el remate, y su misandria es puro bit de stand-up, no resentimiento.
Y luego está “Go Go Juice”, la más “pijamada a las tres de la mañana” del tracklist. Entre risas de borracha funcional, Sabrina rima nombres como si jugara al ahorcado con el fandom: “Could be John or Larry… or the one that rhymes with ‘villain’”. El internet no tardó en convertir esas rimas en sospechas: que “John” suena a Shawn, que “Larry” apunta a Barry, que “villain” rima con Dylan, y que hay un “gosh” que podría ser Joshua. No hay confirmación, sólo el deporte nacional de atar cabos en TikTok. Pero el guiño existe y está cantado.
El chismógrafo, por supuesto, traquetea por detrás: Lo de Shawn Mendes se quedó en rumor (él mismo lo negó en su momento), lo de Barry Keoghan sí fue una relación pública que se enfrió a finales de 2024, y lo de Dylan O’Brien fue fuego de redes en 2022, jamás confirmado. El álbum se alimenta de esa nube de interpretaciones sin depender de ella: Sabrina te invita a su cuarto, te tira las migas, y te deja jugar a detective mientras ella compone mejores puentes.
Quien diga que esto “suena a lo de siempre” quizá no está escuchando dónde cambió la brújula. En Short n’ Sweet el truco era el hook perfecto, la economía quirúrgica del pop espresso; aquí hay orquestaciones que se inflan como globo glam, juegos armónicos que miran a ABBA y Tusk, y una producción que se empeña en demostrar que la espectacularidad no está reñida con el detalle. El resultado—subraya The Guardian—es un álbum tan ceñido y rebosante de ideas que convierte en caricatura la discusión sobre “provocación vs. talento”. Y Pitchfork lo sella con una lectura afilada: es el clímax de su personaje… Y aun así funciona como música antes que como meme.
Por eso digo que Man’s Best Friend es, de lejos, uno de mis favoritos de su catálogo: Porque por fin escucho su voz—no sólo su timbre, su rango—como el instrumento principal. Hay notas que sostiene con desparpajo de clásica y mordiscos que remata como crooner gamberra; hay respiraciones dejadas adrede, risas que no se editan, un fraseo que ya no teme al vacío entre un chiste y el siguiente. Y cuando termina “Goodbye”, con su desfile de arrivederci/au revoir y carcajada final, vuelvo a mirar la portada y pienso: Claro—no era role play, era una broma privada sobre el poder, la mirada y la correa. Después de la pijamada, la dueña de la casa sigue siendo ella.
Posdata necesaria para el lector quisquilloso:
Short n’ Sweet salió el 23 de agosto de 2024; Man’s Best Friend, el 29 de agosto de 2025. Entre uno y otro no hay un simple “más de lo mismo”, sino un salto de idioma: Del minimalismo adictivo a la exuberancia con oficio. Yo me quedo con este porque, además de reírme con sus chistes, me deja el pecho un poco roto de escuchar sus anécdotas fallidas. Y así deben sentirse siempre las grandes pijamadas.
