Por Gigi Rodríguez
Recuerdo con claridad mi último año de secundaria: Escondida en el recreo con mis audífonos, buscaba en Badlands un refugio contra el caos del mundo. Era mi escape secreto, pero también mi grito de guerra. Ese álbum me hacía sentir rara, indomable, con permiso de romper reglas y mandar todo al diablo.
En 2015, Badlands fue calor sofocante, sudor adolescente y libertad imprudente. Era la puerta hacia la versión de mí misma que quería ser: Rebelde, sincera, con el cabello teñido de mil colores como forma de desahogo.
Hoy no estoy enojada como entonces. Ya no necesito perseguirme en cada emoción para entender quién soy. Mi cabello ya no grita colores, pero no porque haya perdido algo, sino porque encontré otra manera de habitarme. He crecido, y en esa calma redescubro el mismo disco que me vio arder. Cuando Badlands salió, apenas empezaba mi adolescencia; ahora, en su décimo aniversario, camino hacia mi vida adulta. No fue un álbum que quedó atrás: Creció conmigo, me acompañó en cada etapa, me dio nuevas lecturas a medida que yo cambiaba.
Por eso sé que este regreso no es simple nostalgia. Halsey lanzó dos nuevos videos —Gasoline y Drive— que no reviven el pasado, sino que expanden la historia. Quienes la critican por “no soltar su álbum famoso” no entienden que cada uno de sus discos está conectado. Hopeless Fountain Kingdom jugó a los mundos paralelos, Manic se enfrentó a sus voces internas, If I Can’t Have Love, I Want Power exploró lo monstruoso y lo maternal, y The Great Impersonator nació desde la fragilidad de saberse mortal y del deseo de reinventarse en mil reflejos. Todo encaja en un mismo universo cuyo corazón sigue siendo Badlands.
El video de Drive lo confirma con un epílogo que es casi un manifiesto: “Nos criaron para creer que Badlands es una verdad inescapable… pero yo he visto detrás de los muros.” Ahí entendemos que ya no hablamos solo de encierro mental, sino de un sistema social que nos educa para el miedo y la culpa. Y, sin embargo, la salida existe. No son instrucciones, es una confirmación. Una voz anónima que dice: Tu voz importa, y juntas podemos quebrar el muro.
Ese eco resuena conmigo porque durante mucho tiempo yo también tuve un alter ego. Mi nombre es Geraldi, pero “Gigi” fue mi máscara adolescente. Como Ashley se convirtió en Halsey, yo encontré en Gigi un espacio para existir cuando no sabía cómo hacerlo siendo yo. Antes sentía que éramos dos, que una estaba escondida detrás de la otra. Hoy entiendo que no hay división: Sigo siendo Gigi, pero ya no como disfraz ni escape, sino como una verdad reconciliada conmigo misma. Lo mismo que Halsey descubrió: No dejó de ser Ashley, pero Halsey fue la voz que la salvó y la hizo eterna.
Badlands nunca fue solo música: Fue el lugar donde encontré permiso para transformarme. Me hizo sentir que Halsey me hablaba directamente, pero también que yo era Halsey. Y en ese espejo entendí que podía ser Geraldi y Gigi al mismo tiempo, que no tenía que elegir entre mis nombres ni entre mis versiones.
Y este año lo celebraré de la manera más simbólica y hermosa posible: El próximo 22 de octubre veré a Halsey en vivo, junto a mi futuro esposo. Ya no estaré escondida con mis audífonos, tratando de escapar del ruido. Estaré de la mano con él, compartiendo con miles de voces unidas lo que alguna vez fue mi refugio solitario. Para mí, es un gesto profundamente bonito: Unir mi pasado adolescente y rebelde con mi presente adulto y sereno, y hacerlo junto al hombre con quien quiero construir el futuro.
Al final, entiendo que Badlands nunca fue un sitio del que huir, sino un territorio que aprendí a habitar. Fue mi adolescencia teñida de colores, mi refugio contra el caos, mi espejo cuando no sabía quién era. Hoy lo abrazo desde la calma, con Gigi y Geraldi reconciliadas en una sola voz, y con el amor de mi futuro esposo sosteniéndome la mano. Badlands ya no es el desierto que me aislaba: Ahora es la confirmación de que sobreviví a mis muros y que mi voz también importa.
