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Taylor Swift: Del “Are you gonna marry, kiss, or kill me?” al “I Do”

Ser Swiftie durante trece años significa haber crecido con una voz que no solo nos cantó canciones, sino que nos acompañó en cada estación de nuestras vidas. Taylor Swift fue nuestra cronista del amor adolescente, de la ilusión que parecía infinita, de las primeras cicatrices y también de las esperanzas adultas que nos resistimos a abandonar. Su discografía es una novela de múltiples capítulos que, de alguna forma, todas y todos hemos leído en primera persona. Hoy, al verla anunciar su compromiso con Travis Kelce, siento que no solo es su historia la que encuentra un desenlace luminoso, sino también la nuestra, la de quienes hemos estado a su lado con cada verso, cada puente y cada lágrima compartida.

El pasado 6 de julio me comprometí. Y no dejo de pensar en lo simbólico que resulta coincidir con Taylor en este capítulo de la vida. Es como si el universo hubiera escrito con tinta invisible un paralelo entre mi historia y la suya. Ambas, después de tantos años de espera y canciones que hablaban de anhelos frustrados, hemos llegado a ese “para siempre” que parecía esquivo. Y pienso inevitablemente en “The Prophecy”, esa canción donde Taylor suplica un cambio de destino. Tal vez, sin darnos cuenta, esa súplica era también la nuestra. Y hoy, al fin, la profecía se rompe.

Desde los inicios, Taylor nos enseñó a creer en el amor eterno. “Love Story” fue el himno de una generación que soñó con Romeo y Julieta, pero con final feliz. Era ingenuidad, sí, pero también un deseo profundo: Amar para siempre, contra viento y marea. Luego vino “Mine“, con su retrato de una relación más real, con discusiones y mudanzas, pero también con la promesa de construir un hogar. Y más adelante “Lover“, con versos que parecían votos matrimoniales, y “Paper Rings“, donde nos confesó que se casaría incluso con un anillo de papel. Taylor nos hablaba del matrimonio no solo como institución, sino como metáfora de refugio, de pertenencia, de un lazo que no se rompe.

Pero la vida, como sabemos, rara vez sigue el guion de un cuento. En “tolerate it“, Taylor nos mostró la crudeza de un amor que apenas la soportaba. Ella entregaba todo, pero recibía migajas. Era el retrato de una relación desequilibrada, donde la devoción se encontraba con indiferencia. Más tarde, “You’re Losing Me” profundizó en esa misma herida: Una mujer dispuesta a comprometerse con todo, con la ilusión del matrimonio en el horizonte, pero enfrentada a alguien que no estaba listo para dar ese paso. Esa canción, que muchos interpretamos como un adiós a Joe Alwyn, fue desgarradora porque mostraba a Taylor frente al espejo de su propio deseo; quería quedarse, quería casarse, pero la respuesta fue silencio.

El capítulo con Matty Healy añadió otra capa de complejidad. En “The Tortured Poets Department” encontramos canciones como la titular o “Loml’, que oscilaron entre la ironía y el dolor. Ahí no había espera larga ni amor tolerado: Había ilusión fugaz, promesas que parecían eternas en el calor del momento, pero que se desvanecieron tan rápido como llegaron. Con Joe, Taylor nos mostró la espera estéril; con Matty, la ilusión volátil. Ambos capítulos compartían la misma conclusión: el matrimonio, ese símbolo de refugio y permanencia, seguía siendo una promesa incumplida.

Y entonces llegó “The Prophecy“. Esa súplica al universo, casi un grito de desesperación: “Please I’ve been on my knees, change the prophecy”. No era solo una canción, era un ruego. Taylor no pedía fama ni éxito —eso ya lo tenía—, pedía lo que siempre había cantado desde su adolescencia: Un amor duradero, alguien que se quedara. Y esa canción se sintió como el clímax de una historia que, para muchos Swifties, podía terminar en resignación. ¿Y si la profecía de Taylor era estar destinada a cantar sobre el amor sin vivirlo en plenitud?

Pero el destino, caprichoso, tenía guardado un giro.

Con Travis Kelce, la narrativa cambió. En “So High School” escuchamos a Taylor reírse, jugar, dejarse llevar por un amor que la hacía sentirse joven otra vez. Esa pregunta juguetona —“Are you gonna marry, kiss or kill me?”— que parecía un juego adolescente, hoy tiene respuesta: Sí, iba a casarse con ella. Después de años de canciones sobre rechazos, dudas y corazones rotos, Taylor encontró a alguien que no temió pronunciar el “para siempre”.

La propuesta no fue un simple detalle. Travis recreó el jardín de “The Secret Garden“, uno de los libros más especiales para Taylor. Ella había contado muchas veces que ese “jardín secreto” era el rincón mental al que acudía cuando se sentía vulnerable o sola, un refugio íntimo al que nadie más tenía acceso. Travis transformó ese símbolo en algo nuevo: Lo convirtió en un lugar compartido, el escenario perfecto para expresarle que quería ser él quien representara su calma, su protección, su escape frente a cualquier miedo. Más que un gesto romántico, fue una declaración poética, casi como si hubiera escrito una historia que desafiara cualquier destino.

Y aquí estamos, las Swifties, mirándola como quien observa a una amiga cumplir un sueño largamente esperado. La vimos ilusionarse con “Love Story’, luchar en “tolerate it”, resignarse en “You’re Losing Me”, suplicar en “The Prophecy” y sonreír en “So High School”. La vimos pasar por todas las estaciones del amor. Y ahora la vemos llegar a ese final feliz que tanto merecía.

Por eso, cuando pienso en mi propio compromiso este mismo año, siento que nuestras historias se entrelazan. Su música fue la banda sonora de mis ilusiones, de mis dudas y de mis derrotas. Y hoy también lo es de este nuevo capítulo luminoso. Ser Swiftie es acompañarla en su travesía, pero también reconocer que su viaje siempre ha sido reflejo del nuestro.

La profecía se rompió. El guion del destino cambió. El “para siempre” llegó. Y por primera vez, Taylor Swift no está cantando sobre promesas rotas, sino sobre una promesa cumplida.

Y eso, para quienes la hemos amado durante trece años de eras, discos y puentes imposibles, se siente como ver a nuestra mejor amiga cumplir su sueño. Te amamos, Taylor.

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