Por Art1llero
El cuerpo de la maestra jubilada y taxista Irma Hernández Cruz fue hallado el 24 de julio en una construcción abandonada, seis días después de haber sido secuestrada frente al Mercado Municipal de Álamo Temapache.
Irma había sido torturada, golpeada y obligada a grabar un video de rodillas, rodeada por hombres armados y encapuchados, para enviar un mensaje de terror a sus compañeros taxistas, paguen la cuota exigida por la “Mafia Veracruzana” o enfrenten las consecuencias.
La versión oficial sostiene que la maestra murió de un paro cardiaco, la Fiscalía lo dijo, el gobierno lo repitió. Pero lo que ambos minimizaron –intencionadamente o no— es que ese infarto no fue espontáneo ni accidental, fue consecuencia directa de la violencia que sufrió, de los golpes, de la tortura, del terror psicológico al que fue sometida. La maestra Irma no murió, fue asesinada.
Insinuar que falleció por causas naturales es una forma de diluir la responsabilidad del Estado, es encubrir con tecnicismos la incapacidad –o la renuncia– de garantizar la seguridad y la justicia. Es administrar el daño político con eufemismos, y eso, lejos de tranquilizar a la ciudadanía, la insulta.
El silencio, la minimización y la retórica defensiva institucional frente a un hecho tan brutal como este son preocupantes y reveladores; revelan un aparato de justicia que no está a la altura, revelan una comunicación pública desconectada de la realidad que vive la población, revelan un gobierno más preocupado por la narrativa que por la verdad.
Veracruz es hoy un estado donde el crimen organizado ha ocupado zonas completas del territorio, donde muchos ciudadanos viven bajo extorsión, amenazas y miedo; donde se asesina impunemente a personas trabajadoras como Irma Hernández, sin que exista una respuesta contundente del Estado. Y donde, cuando se exige justicia, la respuesta es la descalificación o el insulto.
No, no es un escándalo, es una tragedia. Y pretender reducirla a un “tema mediático” o convertirla en una disputa de percepciones es fallarle otra vez a la víctima y a la sociedad entera. Gobernar implica enfrentar los hechos, no maquillarlos. Implica proteger a los ciudadanos, no culparlos por exigir justicia.
