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El duelo que Disney disfrazó de cuento en “Tinker Bell and the Legend of the NeverBeast”

Por Gigi A. Rodríguez

Hace poco volví a ver Tinkerbell y la bestia de Nunca Jamás, una película que había pasado por mí como una historia linda de hadas, pero esta vez me detuve. Y lloré. Porque ahora sé lo que en realidad quiso contar.

Gruff, la criatura central, no muere. Pero se despide. Tiene que “dormir por mil años” para que el mundo esté a salvo. Y aunque nadie lo dice en voz alta, todos sabemos lo que eso significa. Se va. Y no volverá. Al menos, durante el resto de la vida de Fawn, porque cuando él despierte, ella ya no estará viva.

Cuando se despide de Fawn, ella lo abraza como quien sabe que ese momento va a doler toda la vida. Como quien no quiere que se vaya, pero entiende que ya no puede quedarse.

Y ahí me quebré.

Porque entendí que esa película era una metáfora preciosa y dolorosa sobre lo que significa perder a una mascota.

Layla me acompañó durante 12 años. Crecimos juntas. Me escuchó llorar más veces de las que alguien podría contar, y siempre fue mi refugio silencioso. No necesitaba hablarme: Con mirarme entendía todo. Como Gruff. Era grande, peluda, medio torpe y absolutamente perfecta.

El día que se fue no hubo rayos en el cielo ni rituales mágicos. Pero en mi corazón, sentí que dormía su propio ciclo de mil años. Un silencio tan largo que aún, en los días más vulnerables, se siente.

Hace unos días miré a Blacky —mi perrito actual— y me sorprendí llorando. No porque me haga daño su presencia, sino porque amarlo también es saber que algún día tendré que despedirme. Porque querer así implica eso: Cuidar, reír, abrazar… Y luego, aprender a soltar.

Disney no quiso hablar de muerte con los niños, pero hizo algo mucho más valiente: Les enseñó a perder sin resentimiento. Les dio una historia donde el amor no se rompe con la ausencia, solo cambia de forma.

Fawn no olvida a Gruff. Lo recuerda. Le sonríe al cielo. Y sigue.

Tal vez eso hacemos los que hemos perdido a nuestros Gruff personales: Les hablamos en sueños, les agradecemos en silencio y les prometemos no dejar de amar, aunque sepamos que algún día volverá a doler.

Dormir por mil años.

O lo que es lo mismo: Vivir para siempre, en otro rincón del alma.

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