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Por: Gigi Rodríguez
La defensa de los derechos de las mujeres no puede ser una estrategia de relaciones públicas. No debería. Pero a veces lo parece. Esta semana, Blake Lively publicó un mensaje en Instagram donde se declaró “más decidida que nunca” a proteger la seguridad, integridad y dignidad de las mujeres. Se unió a 19 organizaciones, habló de la demanda en su contra que fue desestimada y agradeció el apoyo recibido. Todo muy correcto. Todo muy perfectamente redactado para la aprobación pública.
Pero hay algo profundamente incoherente —y ahora, también deshonesto— en su discurso.
Hace un año leí “It Ends with Us”, el libro de Colleen Hoover en el que se basa la película que Blake protagoniza y desencadenó toda esta situación. No fue una lectura fácil. Me confrontó, me hizo reflexionar y me permitió entender —desde la voz de una víctima— el laberinto emocional, mental y físico que implica amar a alguien que también te lastima. Me hizo comprender el pensamiento detrás de cada justificación, el miedo detrás de cada silencio. Es un libro duro, íntimo, profundamente humano.
Por eso, cuando supe que Blake sería Lily Bloom, como actriz y figura pública, usaría ese espacio para abrir una conversación real sobre la violencia doméstica. Sin embargo, en la rueda de prensa lo que encontré fue todo lo contrario.
En lugar de empatía, hubo un silencio cruel. En lugar de sensibilidad, una actitud centrada en su marca de cabello. Y en lugar de respeto por el tema central de la historia, una broma en la que insinuó que una víctima “podía llamarla”. No solo fue una falta de tacto; fue una burla a la historia que supuestamente está contando y a las mujeres que la viven día a día.
Además, dijo abiertamente en esas ruedas de prensa que no podía identificarse con Lily porque nunca había atravesado por una situación de violencia, y que por eso eligió construir el personaje a través de la ropa y el estilo. Hasta ahí, aún había espacio para la autoconciencia, pero unos meses después, en un evento Blake cambió por completo su discurso y afirmó que su madre había sobrevivido a una situación de violencia similar, incluso con peligro de muerte.
Un dato que no solo jamás había mencionado antes, sino que además fue desmentido por fuentes cercanas y señalado como completamente fuera de contexto. ¿Mentir para apropiarse del dolor ajeno? Eso no es valentía. Es manipulación.
Y como si no fuera suficiente, se atrevieron a meter a Taylor Swift en este espectáculo. Taylor, quien sí enfrentó una situación legal al ser víctima de acoso físico por parte de un locutor de radio, no buscó reflectores ni una narrativa heroica prefabricada. Ella demandó por un solo dólar, no por dinero, sino por justicia y por el mensaje que quería enviar. Blake no es Taylor. Taylor no lucra con el feminismo. Blake sí.
Y no olvidemos a Justin Baldoni, coprotagonista y productor de la película, quien también ha estado rodeado de controversias legales relacionadas con conducta inapropiada. Y, aun así, ambos siguen construyendo una narrativa de “defensores de las mujeres” mientras silencian, tergiversan o banalizan todo lo que esta historia representa.
Yo no defiendo a ninguno. Para mí, esto es un circo. Uno donde se instrumentaliza el dolor de las mujeres para construir una imagen de “valentía” que no se sostiene en los hechos. Donde el feminismo se convierte en un disfraz de temporada, y la empatía en una estrategia de marketing.
Porque no, la violencia de género no es una tendencia. No es un accesorio de imagen. No es una excusa para mentir, ni un trampolín para posicionarte mejor en Hollywood. Es una realidad que marca, que duele, que exige verdad y coherencia.
