Por: Art1llero
La reciente tragedia ocurrida en Brooklyn, en la que el buque escuela Cuauhtémoc sufrió un lamentable accidente que cobró la vida de dos jóvenes cadetes de la Heroica Escuela Naval Militar y dejó varios heridos, ha calado hondo en el alma de México.
No es para menos, se trata de una pérdida irreparable, de jóvenes cuya vocación y compromiso con la patria los llevó a servir en uno de los símbolos más venerados de la Armada de México. El luto es nacional, y el respeto por sus familias debe ser absoluto.
Como en otras tragedias recientes, la desgracia ha sido secuestrada por la mezquindad. Ciertos sectores -más movidos por el cálculo político que por la compasión humana– han intentado capitalizar el dolor para arremeter en contra del actual gobierno.
Desde el sarcasmo disfrazado de crítica hasta la desinformación más burda, se ha utilizado la muerte de estos jóvenes como proyectil mediático. No hay otra forma de llamarlo: es cobardía política revestida de oportunismo.
Una cosa es exigir claridad y rendición de cuentas, y otra es usar el accidente como catapulta ideológica. Lo primero es legítimo, lo segundo es ruín.
La sociedad tiene derecho a saber qué ocurrió, si hubo fallas humanas, mecánicas o administrativas; si el protocolo internacional de atraque fue correctamente ejecutado; si la formación y supervisión de los cadetes estaba a la altura del riesgo. Todas estas preguntas deben ser respondidas, sí, pero por especialistas, con base en pruebas, no con base en tuits o arengas de ocasión.
México ha sufrido demasiado por la polarización para permitir que incluso la muerte de sus jóvenes sea campo de batalla. Existen momentos donde el respeto por el dolor ajeno debe colocarse por encima de cualquier otro interés, y este es uno de ellos. Lo contrario es fomentar una cultura de cinismo y descrédito donde todo –hasta la tragedia– se reduce a un “golpe” político.
Hoy, lo que México requiere es duelo, verdad y justicia. Duelo por los jóvenes caídos y por los que aún luchan por su vida. Verdad para esclarecer los hechos con rigor técnico y sin manipulación mediática. Justicia, para que, si hubo omisiones o errores humanos, estos se asuman con dignidad y consecuencia.
Y una última cosa, no olvidemos que el buque Cuauhtémoc no es propiedad de un gobierno. Es un emblema nacional, forjado con décadas de servicio, formación naval y presencia diplomática en el mundo. Manchar su nombre con burlas o desinformación, no es golpear a una administración, es mancillar un símbolo que nos pertenece a todos. Y eso, ni el dolor ni la política lo justifican.
