Por: Art1llero
El fenómeno del entreguismo y la subordinación ideológica de ciertos sectores de la sociedad mexicana hacia Estados Unidos no es un hecho aislado ni reciente. Es el resultado de un largo proceso social, económico y cultural que ha moldeado la mentalidad de generaciones, particularmente entre aquellos con mayores recursos y acceso a la educación en el extranjero.
Este fenómeno no solo ha generado un anhelo de pertenencia a la cultura estadounidense, sino también un desprecio –a veces inconsciente, a veces explícito– hacia su propio país.
Un país fragmentado por sus propias pugnas
México, a diferencia de Estados Unidos, nació como una nación en constante disputa interna. Desde la independencia en 1821, las luchas entre liberales y conservadores, las guerras de reforma y las continuas intervenciones extranjeras crearon un país dividido, donde las élites han jugado un papel ambiguo.
Mientras algunos defendían la soberanía nacional, otros veían con buenos ojos la injerencia extranjera, ya fuera española, francesa o estadounidense, con tal de asegurar su propia posición de poder.
A lo largo del siglo XX, esta división se tradujo en un fenómeno cultural y social: el surgimiento de una clase aspiracionista que, en lugar de enfocarse en la construcción de un país fuerte y autónomo, buscó integrarse al modelo estadounidense.
Esta tendencia se profundizó a medida que Estados Unidos consolidaba su poder hegemónico global, convirtiéndose no solo en el destino económico más atractivo, sino también en el referente cultural dominante.
Educación y adoctrinamiento: el papel de las élites
Uno de los factores clave en este proceso ha sido la educación. Desde hace décadas, familias mexicanas con recursos han enviado a sus hijos a estudiar en universidades y colegios estadounidenses. Esto, por sí mismo, no es problemático; sin embargo, en muchos casos, la formación en estos espacios implica una adopción automática de valores e ideologías alineadas con los intereses de EE.UU.
La economía de mercado sin restricciones, la exaltación del individualismo, el menosprecio por los modelos de desarrollo propios de América Latina y la visión de México como un país condenado al subdesarrollo son ideas que se refuerzan en estos entornos académicos.
El resultado es una élite que regresa a México con una mentalidad distinta: no ven al país como una nación que debe desarrollarse con sus propios recursos y principios, sino como un socio menor de Estados Unidos, cuya única opción es alinearse y subordinarse a los intereses del vecino del norte.
En su imaginario, todo lo que proviene de México es ineficiente, corrupto o atrasado, mientras que lo estadounidense representa el orden, la eficiencia y el progreso.
Hollywood, la industria del espectáculo y el gran aparato de seducción ideológica
Además de la educación formal, existe un aparato cultural que actúa como un gran vendedor de sueños: Hollywood. La industria cinematográfica estadounidense ha sido una de las herramientas más poderosas de propaganda y expansión ideológica.
Sus historias exaltan el poder, la justicia y el “modo de vida americano”, al tiempo que presentan a México y a América Latina como escenarios de caos, violencia y corrupción.
A esto se suma la influencia de la música, la moda y los estilos de vida promovidos por las grandes corporaciones del entretenimiento, que han moldeado generaciones enteras con la aspiración de vivir y consumir como estadounidenses.
Para muchos jóvenes mexicanos, la imagen de éxito está representada por las grandes ciudades de EE.UU., por su cultura del consumo y por el sueño de formar parte de ese mundo.
El desprecio por lo propio y la contradicción de la élite mexicana
Lo más paradójico de este fenómeno es que muchas de las familias que promueven esta mentalidad han construido sus fortunas en México, aprovechándose de las condiciones de desigualdad y de las oportunidades que el país ofrece. Sin embargo, en lugar de invertir en su propio país o fortalecer su desarrollo, buscan emigrar o alinear sus intereses con los de Estados Unidos.
Este desprecio por México se traduce en una actitud de servilismo político y económico. Son estos sectores los que justifican las acciones intervencionistas de EE.UU., que minimizan las agresiones de personajes como Trump y que ven con buenos ojos cualquier medida que fortalezca el vínculo con Washington, incluso si ello implica un costo para la soberanía nacional.
El desafío de recuperar la identidad nacional
El entreguismo y la mentalidad de subordinación no son un destino inevitable. México ha tenido momentos históricos en los que ha demostrado su capacidad para resistir la injerencia extranjera y construir su propio camino, como lo hizo con la expropiación petrolera de Lázaro Cárdenas o la nacionalización de la industria eléctrica con López Mateos.
Hoy, frente a las amenazas externas y a la complicidad interna de quienes prefieren alinearse con los intereses de EE.UU. antes que con los de su propio país, México enfrenta un nuevo reto: recuperar su identidad, su soberanía y su dignidad como nación.
Para ello, es fundamental romper con la idea de que la única vía de desarrollo es la imitación del modelo estadounidense y empezar a construir una visión propia de futuro, basada en el fortalecimiento de sus instituciones, el desarrollo de su economía y el reconocimiento de su riqueza cultural.
Porque un país que no se respeta a sí mismo, tarde o temprano, termina sometido a los intereses de otros.