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Lilly Téllez, la telonera de la ultraderecha internacional

Edgard González Suárez

A finales de los años 80´s, se llevaron a cabo los dos foros ideológicos más importantes de fin siglo y estratégicos en el diseño del futuro y de entrada al Siglo XXI. Me refiero, sin duda, al llamado consenso de Washington (1989) y el llamado Foro de Sao Paulo de 1990.
Ambos foros explicitaron su diseño político ideológico par el futuro, es decir, para los próximos 25 años, todos los años noventa del siglo XX, y la primera década y media del siglo XXI.

Ambos foros se suscitaron a partir del derrumbe del proyecto y sistema político económico de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS), simbolizado con el derrumbe del muro de berlín. Si la derecha y la ultraderecha, liberal y reaccionaria se podía agrupar, reorganizar la economía mundial, según sus intereses, cantar victoria sobre el régimen soviético y afirmar el fin de la historia, mi pregunta es ¿Por qué las izquierdas, de todos los colores y pelajes, desde los social reformistas hasta los revolucionarios y clandestinos, no podrían buscar un espacio de encuentro y dialogo para diseñar nuevas estrategias de resistencia contra la expoliación de sus pueblos, en medio del fracaso del llamado socialismo real.

La derecha denuncia una conspiración de la izquierda, particularmente la latinoamericana por haberse reunido -en Sao paulo, Brasil-, para resistirse en contra del imperialismo y la hegemonía económica, política y cultural del poder norteamericano. Pero pasan de lado, y voltean la cara, cuando se les recuerda, que todos los grupos, partidos, gobiernos y fuerzas políticas de derecha y ultraderecha, asumieron como propios los designios de los norteamericanos para imponer en todo el planeta, lo que después conocimos como neoliberalismo salvaje.

La lucha entre estos dos foros ha sido permanente y constante, y se ha impuesto en varias ocasiones a fuego y espada en contra de los triunfos de las fuerzas de izquierda. Conspiraron en contra de Lula da Silva, en contra de Dilma Roussef, de Rafel Correa, de Evo Morales, de Nicolas Maduro, Pedro Castillo y lo siguen haciendo en contra de Gustavo Petro, de Lula, de López Obrador y ahora también de Claudia Sheinbaum.

Por eso no nos extraña, la ultima declaración de la senadora ultraderechista Lilly Téllez -senadora conservadora y reaccionaria- en la que acusa a Claudia Sheinbaum, presidenta electa en México, de Marxista y Comunista.

Los dos calificativos que denotan precisamente las políticas derrotadas en los años ochenta del régimen político impuesto en la URSS. Es decir, la señora Téllez no solo no da en el blanco, puesto que eso, de lo que acusa a Sheinbaum, ya no existe, sino su reaccionarismo ideológico la llevó a los años de la guerra fría donde los liberales luchaban contra la “dictadura” soviética.

Una lucha fantasmal que solo mueve a ese sector reaccionario que no solo ahora pretende encabezar y liderear, sino que sirve de telonera a otro disparate político como lo es Javier Miley, el recién electo presidente de Argentina.

La telonera de la reacción prepara el ambiente para confrontar a la presidenta electa en el marco de la llamada lucha cultural entre la reacción conservadora neoliberal y el progresismo socialista y democrático en nuestro país.

La izquierda latinoamericana pretende luchar por integrar y proteger incondicionalmente los derechos humanos y promover la solidaridad con todos los pueblos en la lucha social. Se ha subrayado el interés por elaborar un proyecto político conjunto que aborde con urgencia un proyecto de reformas políticas estructurales para invertir la correlación de fuerzas a favor de los pueblos y contra los intereses transnacionales que dominan la región, destacan con particular interés las tesis sobre la conquista y el mantenimiento del poder, para impulsar las transformaciones económicas, sociales y culturales con el poder político de las fuerzas progresistas. En este sentido, el foro de Sao Paulo, representa la unidad y síntesis de las fuerzas populares de la región para integrarse en búsqueda de los objetivos de justicia e igualdad social.

Por su parte el consenso de Washington, con vía libre, después del desmoronamiento de la URSS, dictó 10 políticas de ajuste, primero para Latinoamérica y después aplicadas en todo el mundo capitalista, donde se establecían las políticas que permitirían el crecimiento económico de los países latinoamericanos. En esos “ajustes” se consideró: Seguir las recomendaciones económico-financieras del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, el Tesoro de los Estados Unidos y El Banco Internacional de Desarrollo. Es decir, Latinoamérica debería de quedar atada y sujeta a los dictados económicos de la dominación norteamericana.

Es imposible no destacar que los fundamentos ideológicos de dicho consenso eran la teoría económica neoclásica y el modelo de gestión económico y político del neoliberalismo. Donde se defiende la tesis a capa y espada que es el sector privado y no el estado, el que genera el crecimiento de un país. El estado, debería ser reducido al mínimo, quitarle los dientes de la soberanía, alejarlo de las regulaciones y controles jurídicos y obligarlo a desempeñar un rol policiaco frente a la pobreza y la delincuencia. El sector que iba a vigilar y financiar la reestructuración económica en Latinoamérica serían nada más y nada menos que las instituciones financieras norteamericanas. Aquí dejó de interesar la justicia social, la igualdad y el desarrollo humano.

Los dos enfoques no pueden ser más contradictorios. Y la lucha ideológica no cesa, y Lily Téllez, Claudio X. González, Javier Miley o Juan Guaido, no son sino los voceros y defensores de los intereses transnacionales en sus países, bajo el manto ideológico de la libertad y la defensa del individuo frente al Ogro Estatal.

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