Juan José Rodríguez Prats
A la memoria de Jorge Lara Rivera, jurista, correligionario, buen amigo y excelente ser humano.
Una democracia estable exige una tensión relativamente moderada entre las fuerzas políticas contendientes.
Seymour Martin Lipset
Hay días que despierto angustiado, preguntándome quién soy, si es una reflexión filosófica o es consecuencia de esas enfermedades de la memoria. Pues bien, resulta que en medio de esas cavilaciones y con un sentimiento masoquista, escucho a mi paisano Andrés Manuel López Obrador decir: “Nunca los había visto tan descarados, tan deshonestos, enseñando el cobre. Siempre me han parecido gente, con todo respeto (menos mal), de pocos principios o sin ideales, oportunistas, corruptos, inmorales, pero descarados, están queriendo que se viole la Constitución”. Como dijera el clásico, “eso sí calienta”. ¿Así que yo soy todo eso por sostener que quien viola la Constitución es él? Creo que hemos perdido las mínimas condiciones para discutir racionalmente.
Cuando en 1977 Jesús Reyes Heroles introdujo el sistema mixto en la integración del Poder Legislativo, era explícito su fin. Buscaba —y así permanece— estimular la participación. Fue una reforma con dedicatoria para las minorías. Era necesario fortalecer los grupos parlamentarios para incentivar la deliberación. Es decir, “una resistencia que apoye”.
Por ser candidato único a la Presidencia, el triunfo de López Portillo no generó legitimidad. Por ello, se buscó equilibrar la contienda. Las cámaras tenían que reflejar, de la manera más aproximada posible, las corrientes partidistas. Ése es el significado de la proporcionalidad. En pocas palabras, que el monto de votos correspondiera con el número de representantes. El Congreso, se decía, es el mosaico que refleja a la nación.
El asunto que hoy se discute pretende exactamente lo contrario: suprimir voces opositoras, anular la necesidad del diálogo y el consenso.
Hay alarmantes indicios de que el INE y el TEPJF sean sometidos y, violando la Constitución, se termine con la formación plural del Poder Legislativo. Seguiría la extinción de los órganos autónomos constitucionales que les estorban a los propósitos autocráticos.
López Obrador busca un pedestal en nuestra historia y puede lograrlo. Hizo un inmenso daño desde antes de asumir el cargo cancelando el aeropuerto de Texcoco. Ahora intenta, con enorme irresponsabilidad, en el último mes de su gobierno, aprobar iniciativas con profundos cambios a los poderes Judicial y Legislativo.
Al igual que en su primer año de gobierno, en que tuvimos decrecimiento económico en contraste con nuestros socios comerciales, ahora se repiten las cifras. Estados Unidos y Canadá crecerán este año, según pronósticos de expertos, el doble que nosotros. Una de las causas de esta situación es la incertidumbre que generan los cambios anunciados. Además, la generación de empleos se ha estancado en todo el país, principalmente en el Sureste al disminuir las obras del Tren Maya y de Dos Bocas.
Todos saldremos perjudicados, pero la que más debe preocuparse es la próxima titular del Poder Ejecutivo federal. Su capacidad de maniobra es muy reducida. A los grandes desafíos, se agregan los que, con toda mala fe, le quiere endilgar quien la designó. ¿Qué debe hacer la oposición en septiembre si las cámaras se integran como pretende el Presidente? Dejarlo solo.
Los grupos parlamentarios de la cacareada 4T no tienen capacidad para dar el debate. Se van a imponer con la insolencia de su fuerza mayoritaria. La oposición debe, simplemente, hacer quórum y abandonar las sesiones. Filibusterismo le llaman en el argot legislativo. Que el Presidente cargue con toda la culpa.
A partir de octubre, el nuevo gobierno será incapaz de culminar el cambio. Ahí vendrá un anunciado rompimiento. Lázaro Cárdenas solía decir que, en algunos casos, para que algo se componga, primero tiene que ponerse peor. Éste es uno de ellos. Lo más urgente es ponerle fin a la nefasta polarización.