Juan José Rodríguez Prats
El cielo estrellado que está sobre mí
Kant
y la ley moral que hay en mí.
Obrar sigue al ser, decía santo Tomás. Esto es, actuamos como somos. No se puede esperar que una persona sin virtudes, teniendo el poder, haga el bien.
Reitero lo que ya escribí en este mismo espacio: Claudia Sheinbaum gobernará como tecnócrata y neoliberal. El dictador español Francisco Franco solía ostentarse como antipolítico y recomendaba a sus colaboradores alejarse de la política. La consideraba como una manera confusa y truculenta de enredar una tarea muy simple que consistía, según él, en dar órdenes y vigilar que se cumplieran. Alberto Fujimori llegó a gobernar Perú ostentándose como ciudadano y repudiando a los partidos.
Así, mutatis mutandis, percibo a la próxima Presidenta. Vacía de ideas y ayuna de buenas intenciones, con gran desparpajo ha declarado que la oposición será atendida por la secretaria de Gobernación. Las puertas de Palacio Nacional seguirán cerradas para cualquier posible diálogo, sólo serán escuchados quienes adulen. Los que digan verdades, que se vayan con sus amarguras a otra parte. Adiós a la política. Patética contradicción en la que incurre el autodenominado humanismo mexicano.
No da tiempo para cumplir los deberes como servidor público y, a su vez, vengarse de sus enemigos. AMLO lo ha demostrado con creces. Se ha vuelto un cliché culpar de todos los males al viejo PRI, inclusive ante las perversidades de Morena se alude a un retorno al pasado. Sin embargo, debe reconocerse al anterior régimen algunas cualidades, entre ellas, hacer política, de la buena y de la mala.
Los mexicanos tenemos una profunda aversión a involucrarnos en asuntos en los que debe ser prioritaria nuestra participación. No hacer política es algo diabólico que, de acuerdo con su significado etimológico, se entiende como dividir, confrontar, cuando se trata de sembrar un discurso que, en contraste, unifique, concierte voluntades y supere conflictos.
La institución encargada de esa tarea fue la Secretaría de Gobernación. Ahí estuvieron, como lo mencionaba mi colega Francisco Garfias en estas páginas, políticos profesionales, experimentados y con fina sensibilidad para prever y resolver problemas sociales. También para diseñar reformas que mejoraran la convivencia de los mexicanos. Se asumía en cada gobierno que había un déficit de legitimidad y por eso, en forma paulatina, se fueron haciendo cambios para cerrar la brecha entre el texto constitucional y lo que en la realidad acontece.
No exagero al percibir en nuestro porvenir grandes nubarrones. Nadie en su sano juicio lo puede soslayar. Debe haber un sano equilibrio entre las fuerzas centrípetas y centrífugas, ente autoridades centrales y estatales. Hay entidades pésimamente gobernadas por personajes designados por el Presidente y llevados al cargo por Morena. Me temo, y hay claros ejemplos, que vendrán graves estallidos sociales. Carecemos de una cultura que nos permita gobernar en coordinación cuando pertenecemos a partidos distintos, algo superado en las democracias consolidadas: Chile, Uruguay o Costa Rica, para no ir tan lejos.
Causa enorme daño pretender reinventar el Estado cada vez que hay elecciones. La continuidad de políticas públicas es necesaria en la administración pública. Sinceramente, no entiendo cuando hoy se nos dice que permanecerán decisiones que han ocasionado enormes daños y que se harán cambios sin definir en qué consisten.
Nunca se había tenido una confrontación de tal magnitud entre los Poderes de la Unión. El momento actual tal vez sólo sea comparable con el gobierno de Victoriano Huerta, que disolvió las cámaras en octubre de 1913. Hoy, con un método más refinado, simplemente se busca anularlas y, en el caso del Poder Judicial, el propósito es desmantelarlo. La relación entre la futura Presidenta y su antecesor será, en el mejor de los casos, tensa. Y en esta lista incompleta, ¿dónde está la oposición? Tema al que habrá que dedicarle mucha reflexión y la acción consecuente.