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Política de principios

Deberes y virtudes

Juan José Rodríguez Prats

El amor al poder es el amor a nosotros mismos.

William Hazlit

Nuestra actual crisis es más grave de lo que parece. Resulta ocioso seguir repasando los frustrantes resultados en todas las áreas de la administración pública del actual gobierno. A lo anterior se agrega un gran vacío en un discurso que transmita confianza y certidumbre. En una palabra, la crisis es política y, por lo tanto, integral. Está en riesgo la viabilidad del Estado de derecho y la amenaza de estallidos sociales se reitera cotidianamente.

El siglo XX nos ofrece un desfile de dirigentes de variado perfil. Hay dos tipos de liderazgo que están en los extremos y de ahí se desprenden diversos matices. Los denomino déspotas y políticos, y los prototipos son, a mi entender, Adolfo Hitler y Mijaíl Gorbachov.

Déspota proviene del griego despotēs y significa amo, dueño y, hablando de los imperios orientales, señor absoluto. No distingue entre lo público y lo privado, gobierna patrimonialmente y trata los asuntos del Estado como si fueran de índole personal. Es de naturaleza egoísta y no concibe ninguna limitación ética en su ambición de concentrar poder y ejercerlo conforme su incontestable voluntad. Hitler arribó a la cúspide conforme la normatividad de la República de Weimar y han sido suficientemente documentadas las enormes desgracias que provocó.

El político también deriva del griego politikós y significa “perteneciente al gobierno, relativo a la ciudad”. Por tanto, asume deberes y ejerce su oficio, contrario al déspota, con virtudes, con altruismo. Gorbachov llegó a la cumbre del poder en la URSS conforme al proceso propio de ese sistema. Asumió deberes. Hizo un diagnóstico realista de la circunstancia y su conclusión fue contundente: “No podemos seguir así”. Sin grandes elucubraciones, concibió dos reformas: reestructuración (Perestroika) y transparencia (Glasnost).

Con esas dos elementales herramientas, emprendió la tarea haciendo acopio de virtudes que requiere el servidor público: trabajar con humildad, elegir a los colaboradores idóneos, respetar la dignidad de todos, tender puentes de entendimiento con otras naciones, evitar la violencia respetando la voluntad ciudadana y, en su momento, aceptar que su ciclo había concluido y optar por el heroísmo de la retirada.

Se ha criticado que no previó el peligro de disolver aquella entelequia, pero en la población no había permeado la doctrina marxista-leninista que la clase dirigente ostentaba. Muchas de aquellas naciones pertenecían al régimen soviético en contra de su voluntad. Hoy, toda Europa del Este lo recuerda con gratitud. Terminó con la Guerra Fría y la bipolaridad del mundo. Como lo escribe en sus memorias, intentó preservar alguna forma de unidad. Sin embargo, otros líderes sin sus convicciones se lo impidieron.

En un momento en que pudo retroceder, manifestó: “Estoy condenado a ir hacia adelante, sólo hacia adelante. Y si retrocedo, ¡yo mismo pereceré y la causa perecerá también!”. Su discurso en la ONU en diciembre de 1988 ha sido considerado el mejor en esa organización. El mensaje era claro: “El objetivo común de vivir en un mundo en paz”. El factor Gorbachov fue determinante para que la humanidad alcanzara esos logros. Ian Kershaw escribe: “En su caso, cabe decir rotundamente que un individuo cambió la historia y fue para mejor”.

En una conferencia de prensa expresó: “La afirmación de un hombre libre, como un valor superior, supremo, con sus derechos, libertades, con la libertad económica, política, religiosa (…) la conjugación de todo aquello que estimula la producción (…) y, por otro lado, la presencia del papel social del propio Estado que no deje estas ideas liberales de la eficacia realizarse a costa del menosprecio del bienestar social del pueblo. Se requiere una armonía”.

Extraordinaria lección y su mayor legado, hacer política como un asunto de deberes y virtudes. Para el gobernante, el dilema es claro: o se es déspota o se es político.

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