Juan José Rodríguez Prats
Con gran dolor, a la memoria de Ignacio Marván Laborde
Con algún retraso nos hemos dado cuenta de que el origen de la acción no es el pensamiento, sino el sentido de responsabilidad.
Dietrich Bonhoeffer
El desprecio a la ley y la escasa vocación democrática tienen una profunda raigambre en la cultura del mexicano. Lo refleja un pensamiento de don Daniel Cosío Villegas: “La adaptación a los moldes políticos del mundo occidental ha debido hacerse a saltos”.
Siempre hemos intentado, en los planes y en las leyes, alcanzar ese fin, aunque son escasos los periodos verdaderamente sinceros y consistentes: el gobierno de Guadalupe Victoria (1824-29), el periodo de la República restaurada (1867-76), el gobierno de Madero (1911-13), el vasconcelismo (1928-29) y, desde hace cinco décadas, las paulatinas reformas para estrechar la brecha entre el texto constitucional y nuestra realidad política.
Analicemos el periodo más relevante, la República restaurada, aludido hoy en día de manera perseverante en el discurso gubernamental. Como bien expresa Antonio Caso, “entonces los hombres parecían gigantes”.
La Revolución de Ayutla, “un gran episodio en la gran revolución liberal y cristiana”, según Ponciano Arriaga, es el movimiento de mayor claridad en la concepción de lo que debe ser el Estado mexicano. Su triunfo, después de una guerra civil e independizar a México por segunda ocasión, culminó con la entrada del presidente Benito Juárez a la Ciudad de México el 15 de julio de 1867. Ese mismo día, en un manifiesto al pueblo de México, expresó: “Que el pueblo y el gobierno respeten los derechos de todos, pues entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”. Desde esa fecha, hasta el 20 de noviembre de 1876, gobernaron el “Benemérito” y Sebastián Lerdo de Tejada, cuando éste abandonó la capital mexicana ante la embestida de la revolución que encabezara Porfirio Díaz. Cosío Villegas estudió, con gran acuciosidad y objetividad, este oasis de nuestro devenir histórico. Recojo algunas de sus reflexiones: Juárez (…) no era como lo pintan sus enemigos, un hombre con la sola virtud del temple; tampoco era, como lo quieren sus apologistas, sólo un gran estadista; menos todavía era un visionario, sino un hombre de principios, que no es lo mismo y es mejor; era, además, un estupendo, un consumado político (…) tenía también otro ingrediente, sólo que la leyenda y el lugar común lo han desfigurado (…) era flexible y conciliador.
Se definen así esos años:
México vivió durante la República restaurada una vida muy conforme con la Constitución del 57. Dentro de una democracia limitada como ésta preveía, pero democracia, dentro de un régimen federal, limitado, pero federal (…) Los hombres de la República restaurada ensayaron tercamente hacer vivir al país dentro de la Constitución porque ésa era la primera oportunidad para intentarlo (…) creían sinceramente que la Constitución daba la clave de la libertad política y de la libertad individual.
Hubo división de poderes y se escribió una de las más bellas páginas de una prensa preparada, honesta e independiente. Algunos juristas denominan hoy a este conjunto de características: patriotismo constitucional. La sentencia es diáfana: “El hecho histórico comprobable de que los mexicanos le dieron en 1857 una organización política liberal, democrática, popular, representativa y federal, y de que el avance, el adelanto, la mejora o el progreso se han de entender en el sentido de que los mexicanos estaban mejor en 1876 que en 1867, término y principio, cada fecha, de la República restaurada”. Concluye don Daniel: “Para mí, la imagen histórica de la República restaurada es clara, vivaz, tanto que a veces me parece haber vivido en ella: fue una época gloriosa, pero esencialmente transitoria; sirvió de puente entre el caos de los años formativos de México y el régimen ordenado y finalmente sepulcral de Porfirio Díaz”.
Hay mucho que rescatar de nuestro pasado: sin la observancia de la ley, todo es demagogia.