El crimen organizado en Guerrero logró penetrar la cadena productiva de insumos básicos, desde la producción, la distribución y la venta de productos como el jitomate, el aguacate, el limón o la carne, dejando al pollo como el último bastión de una lista de alimentos que no había podido ser cooptado por la mafia.
De acuerdo con los comerciantes, bandas como Los Tlacos y Los Ardillos son las que se disputan esos mercados, principalmente el del pollo; incluso operan a través de familiares y construyen redes de repartición que usan la ruta de Chilpancingo a Petaquillas.
Los atentados contra trabajadores y distribuidores de pollo originarios de la comunidad de Petaquillas, así como la repentina reactivación en las ventas, dejaron en evidencia cómo las organizaciones delincuenciales ya controlan las cadenas de suministro, utilizando la violencia y el miedo como método de presión.
Las denuncias surgieron desde los mercados públicos de Chilpancingo, entre cuchillos y pescuezos, después de tres días de escasez y de por lo menos ocho asesinatos.
Empleados y propietarios de comercios dedicados a la venta y distribución de pollo describieron el modelo de negocio, que comienza con granjas financiadas por el crimen, repartidores que distribuyen en transporte público las aves y que termina con la venta al menudeo.
“Nos marcaron anoche y nos dijeron ‘ya tenemos pollo’”, confió una vendedora, quien dijo que los comerciantes se vieron obligados a replantear la viabilidad del negocio. Sin embargo, reconoció que el cierre de negocios sirvió “para llamar la atención a las autoridades de que existe un problema real”.
Fuente: Milenio
