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Política de principios

El deber

Juan José Rodríguez Prats

Odiaré las abstractas locuras de mi mente y anhelaré tan sólo vivir intensamente. 

Enrique González Martínez

A mi juicio, la mejor manera de “vivir intensamente” consiste en asumir y cumplir deberes; en precisarlos y hacerlos nuestros. Mi maestro Juan de Dios Castro tenía una fórmula: “El deber es el bien que obliga”, por lo tanto, hay que encontrar dónde está el bien. Parece fácil. 

En política, el ejercicio es difícil y complejo. Desbrocemos la maleza, despejemos el camino, vayamos a lo esencial. El intento pudiera parecer inocuo, pero en nuestra situación considero que es indispensable. 

 Nos ha dado por prodigar consejos. Siguiendo esta rutina sugiero que nos hagamos la simple pregunta, ¿cuál es mi deber? El servidor público lo encuentra en la ley: “Protesto guardar y hacer guardar la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanen y desempeñar leal y patrióticamente el cargo que el pueblo me ha conferido, mirando en todo por el bien y la prosperidad de la Unión; y si no lo hiciere, que la Nación me lo demande”. Ciertamente desagrada el verbo guardar que es sinónimo de conservar, pero ahí está la primera tarea: impedir que México se siga hundiendo en el fango, que se detenga el proceso de descomposición y decadencia en el que estamos inmersos. 

 Ésa sería la mejor manera de “vivir intensamente”. Sentir el inmenso gozo del deber cumplido. Ahí es donde uno se mide, se calibra, se templa la autoestima personal. El fin último es la convivencia armónica. El político exitoso es un héroe de la concordia, del orden, del bienestar. Su antónimo es el peleador, el que insulta y descalifica. De su desempeño sólo quedan heridas. 

Nuestros más preclaros próceres se asignaron una tarea ética: Juárez, defender la República de la invasión francesa; Madero, oponerse a una dictadura; Cárdenas, institucionalizar un sistema político; Ruiz Cortines, recuperar la autoridad moral del Estado. Volodímir Zelenski hoy nos da un ejemplo al defender su pueblo frente a un dictador motivado por una primitiva ambición de conquista. 

Para deslindar obligaciones no hacen falta encuestas ni consultas, sino un análisis de conciencia y la circunstancia a la que es menester conocer con realismo y objetividad. 

Hasta aquí en lo que se refiere a los profesionales que ejercen funciones públicas. Ahora hablaré de los ciudadanos. Acudo a tres conceptos: nación, patria y Estado de derecho. 

La nación mexicana está integrada por miembros de una comunidad, tenemos obligaciones con nuestra patria, la cual hemos recibido de nuestros padres y estamos mínimamente obligados a entregarla mejorada a las siguientes generaciones. Tenemos un déficit de patriotismo y un superávit de nacionalismo. George Orwell escribe: “Entiendo por patriotismo la devoción por un lugar determinado y por una particular forma de vida (…) Ciertamente, el nacionalismo es inseparable de la ambición de poder”. 

En la historia, el nacionalismo ha sido causa de las mayores tragedias. Está hermanado con la concentración del poder, el populismo y la ambición de conquista. Las actuales decisiones del gobierno son de ese talante. Por eso nuestro aislamiento y la persistente referencia al concepto de soberanía con el viejo tufo de sentirse por encima de la ley. Hoy, la soberanía es soberbia, arrogancia y autocracia. 

Aquí entra el concepto de Estado de derecho. La norma es el mínimo ético que exige la permanencia de una sociedad con orden. Violar la ley es una inmoralidad. Desde luego que se pueden dar, en casos extraordinarios, “objeciones de conciencia”, pero ésa es otra historia. La regla es simple: la autoridad sólo puede hacer lo que la ley le permite y los particulares podemos hacer todo con excepción de lo que la ley nos prohíbe. 

 Estos lugares comunes son los que nos pueden permitir nuestro necesario reencuentro. Octavio Paz escribe: “Vislumbramos/qué es ser hombre/y compartir el pan, el sol, la muerte/el olvidado asombro de estar vivos”.

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