Quien sobrevive a un atentado terrorista lleva por siempre en sus sueños, pesadillas y sobresaltos las imágenes de los asesinos.
También es una bruma mental: los susurros, el llanto contenido, el sonido del tecleo de los celulares pidiendo auxilio. Y las primeras dudas: ¿se lo cuento a mis familiares?, ¿qué detalles se ocultan?, ¿buscaré apoyo con las organizaciones de las víctimas?, ¿tomaré todos los medicamentos prescritos?
Pero el principal cuestionamiento para Ramón González, autor del libro Paz, amor y death metal (testimonio sobre la matanza en El Bataclán, en París) era: ¿qué haré con mi vida después del atentado?
Cuando la policía rescató a los sobrevivientes se les pidió caminar con los brazos en la nuca y se les ordenó no mirar hacia abajo. La recomendación no era para evitar el vértigo por el miedo a las alturas. Era porque el piso estaba lleno de cadáveres, de sangre, de balas.
La noche del 13 de noviembre de 2015 murieron 130 personas y 350 resultaron heridas en El Bataclán.
Ramón González no intenta explicar las causas del atentado, no pierde líneas en juzgar a los asesinos, a los que afectaron su vida para siempre. Sólo hace una crónica de lo ocurrido esa noche y los días posteriores, en los que luchó por su salud mental:
“A mi alrededor, en el foso, hay cientos de personas como yo, tiradas en el suelo. Mantienen la cabeza escondida entre los brazos y tiemblan. Muchas aún no son conscientes de lo que ocurre. Algunas morirán sin saberlo”.
El insomnio, la confusión, renunciar al trabajo y la euforia por contar lo que pasó prevalecen en su relato. Es testigo de la curiosidad de las personas a su alrededor, de los comentarios racistas de mucha gente con la que convive. Incluso, una amiga muy cercana, quiere discutir con él las causas de los terroristas. Y mientras Ramón lucha, minuto a minuto, por mantenerse cuerdo, ella le dice que todo es culpa de la opresión de occidente. Él prefiere retirarse y guardar silencio. Suficiente tiene con las resistencias de su novia (quien también estuvo esa noche en El Bataclán) para hablar sobre el tema. Con el tiempo también lo buscan los periodistas, es un sobreviviente muy codiciado. No cede a la tentación de aparecer frente a las cámaras o en los encabezados de algún diario. No lo duda ni por un instante, además, ¿qué podría decir? Con dificultades puede explicarse a sí mismo lo que ocurrió.
Una amiga suya, también sobreviviente del atentado, confía en un amigo suyo, dedicado a la prensa, lo que vio. Y pronto se da cuenta que ha cometido un error cuando ve sus palabras, su confidencia, publicada. Es el costo de ser parte de un suceso mediático
Fuente: Milenio