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25N: la deuda del Estado con las mujeres

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Gladys Pérez Maldonado

Cada 25 de noviembre, el mundo vuelve a mirar una de sus heridas más antiguas y más profundas: la violencia contra las mujeres. La fecha, instaurada por la ONU en 1999 para honrar la memoria de las hermanas Mirabal, activistas dominicanas asesinadas por la dictadura de Trujillo, tiene el propósito de movilizar a gobiernos, instituciones y sociedades. Pero, a más de dos décadas de distancia, la pregunta incómoda sigue ahí ¿qué tanto ha cambiado realmente?.

La respuesta, aunque matizada por avances, sigue siendo brutal. La violencia contra las mujeres no es coyuntural ni aislada; es un fenómeno estructural que se sostiene en desigualdades históricas, en sistemas de justicia rebasados y, sobre todo, en una cultura que durante siglos normalizó el silencio.

Es un problema global con cifras que duelen, de acuerdo con ONU Mujeres, una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia física o sexual. Cada día, 137 mujeres son asesinadas por integrantes de su propia familia. Y aunque la legislación internacional ha avanzado, los mecanismos de prevención, denuncia y reparación continúan siendo insuficientes, especialmente en América Latina, donde convergen desigualdad, criminalidad y prácticas patriarcales profundamente arraigadas.

En México, el 25 de noviembre es mucho más que una conmemoración, es un recordatorio incómodo de que el país sigue intentando contener una crisis que no cesa. Las cifras oficiales promedian 10 a 11 feminicidios diarios, aunque organizaciones civiles advierten que el número podría ser mayor debido a la falta de tipificación o la mala integración de carpetas de investigación.

A esto se suman las múltiples formas de violencia cotidiana, como acoso callejero, violencia digital, desapariciones, trata de personas, agresiones domésticas y violencia económica. Una mujer mexicana puede experimentar varias violencias simultáneamente antes de que siquiera se le reconozca como víctima ¡Aunque usted no lo crea!.

Los refugios, Centros de Justicia para las Mujeres y líneas de emergencia operan bajo presión. Aunque son herramientas indispensables, no logran cubrir la magnitud del problema, falta presupuesto, personal capacitado y seguimiento adecuado de casos. El riesgo es evidente, políticas que existen en papel pero no se reflejan en la vida diaria.

En muchos países, incluido México, la violencia no sólo proviene del agresor directo, sino también de la indiferencia institucional. La revictimización, los procesos legales interminables, la falta de perspectiva de género en fiscalías y juzgados, y la ausencia de sentencias firmes alimentan un mensaje devastador: denunciar no siempre garantiza justicia.

Cuando una mujer se atreve a romper el silencio, se topa con la sospecha, el prejuicio o la burocracia. Ese laberinto institucional, que debería proteger, en ocasiones se convierte en una segunda agresión.

Quizá por eso, cada 25 de noviembre las calles se tiñen de violeta, verde y consignas que retumban: “Vivas nos queremos”, “Ni una menos”, “No estamos todas, nos faltan las que nos arrebataron”. Para miles de mujeres, la protesta se vuelve una forma de sobrevivencia y de memoria.

Lejos de ser una fecha ceremonial, el 25N es un recordatorio de que la transformación no ocurre sólo en los discursos oficiales, sino en la exigencia social que incomoda, presiona y empuja cambios legislativos y culturales.

Los retos pendientes son: prevención real y justicia efectiva. Si bien los programas de atención y las campañas públicas han aumentado, la prevención sigue siendo el eslabón más débil. Erradicar la violencia implica transformar estereotipos de género desde la infancia, educar en igualdad, garantizar autonomía económica a las mujeres y fortalecer instituciones capaces de actuar con rapidez y perspectiva de derechos humanos.

Se requiere un Estado que no sólo reaccione, sino que prevenga, sancione y repare y una sociedad que deje de mirar hacia otro lado, que salga de su burbuja de cristal y sea consciente de la realidad social.

Desde Alguien como tú hacemos un llamado urgente, el 25 de noviembre no es un día para felicitar a nadie ni para discursos complacientes, es un día para nombrar lo que sigue matando, para exigir que las políticas públicas no queden en anuncios, para cuestionar por qué la violencia persiste y para recordar que cada cifra tiene un nombre, un rostro, una historia truncada.

Mientras una sola mujer viva con miedo, limitando sus movimientos, sus decisiones o su libertad, ningún país podrá llamarse libre.

Porque la violencia contra las mujeres no es inevitable: es inadmisible.

Y hasta que el mundo actúe como tal, seguiremos gritando…

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