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Alguien como tú

Ser fea es un acto de amor propio

Alguien como tú.
Gladys Pérez Maldonado.

La humillación pública que vivió la mexicana Fátima Bosch en Tailandia, durante un evento previo a Miss Universe 2025, provocó una oleada de indignación internacional que rebasó el mundo de los concursos de belleza. No se trató de un incidente menor ni de un simple altercado entre una concursante y un organizador, fue un episodio que expuso la fragilidad de los protocolos de respeto en escenarios globales donde las mujeres están expuestas y evaluadas, muchas veces, bajo estándares que aún responden a estructuras jerárquicas y disciplinarias propias de otra época.

Durante la ceremonia de sashing, que es el evento formal y simbólico en el que las candidatas reciben la banda que representa su país, el director local del certamen increpó a Bosch, la acusó públicamente de incumplir actividades de promoción, la llamó dumb, tonta, idiota, y ordenó a personal de seguridad retirarla del escenario. El momento quedó registrado en video, se viralizó de inmediato y detonó una protesta colectiva, varias concursantes abandonaron el evento en solidaridad con la representante mexicana, un gesto poco común en este tipo de plataformas altamente controladas.

Lo sucedido generó preguntas inevitables: ¿por qué sigue siendo aceptable que una mujer sea humillada en público en un espacio que presume promover empoderamiento? ¿Qué dinámicas de poder permiten que un funcionario del certamen decida quién merece respeto y quién puede ser expuesta y callada?

La respuesta de Bosch, lejos de ser sumisa o temerosa, fue contundente, declaró que no permitiría que la trataran como un objeto y que su voz importa, ese acto de afirmación personal, casi inmediato, contrastó con la violencia simbólica a la que había sido sometida y marcó la narrativa del conflicto: una mujer que no se queda callada frente a una autoridad que intenta degradarla.

Si algo dejó claro este episodio, es que los certámenes de belleza se encuentran en un momento de choque entre dos lógicas opuestas. Por un lado, sostienen un discurso moderno que habla de mujeres con propósito, liderazgo y agencia. Por otro, aún operan mediante estructuras verticales donde la apariencia, la disciplina visual y la obediencia implícita definen quién merece reconocimiento. En ese cruce chocan la imagen glamorosa del evento y la realidad del trato que reciben las participantes detrás de cámaras.

La reacción internacional no tardó. Medios, especialistas y público señalaron que el insulto no fue un error aislado, sino una exhibición clara de cómo se ejerce el poder dentro de un certamen global. La organización internacional de Miss Universe, presionada por la indignación viral, emitió un comunicado condenando la conducta del directivo y deslindándose de su actuación. Pero la respuesta institucional llegó después de que el daño estaba hecho, Fátima Bosch ya había sido humillada ante millones.

En términos simbólicos, el incidente también tiene un significado especial para México. Las mujeres mexicanas siguen enfrentando estereotipos y formas de trato diferenciadas en muchos espacios públicos, dentro y fuera del país. Que una mexicana fuera insultada en un escenario internacional tocó una fibra sensible, no es sólo una concursante, sino la portadora de una representación nacional. Su defensa firme de su dignidad no fue leída únicamente como un acto individual, sino como un posicionamiento que reivindica la voz de las mexicanas que exigen respeto dentro y fuera de sus fronteras.

El gesto de solidaridad de las demás concursantes añadió una capa poderosa a la historia. No fue una reacción planeada, ni formal, ni política, fue espontánea, humana y profundamente significativa. Ese no estamos de acuerdo colectivo desafió directamente la narrativa de que las participantes compiten entre sí sin vínculos de sororidad. Mostró que, cuando se trata de dignidad, la competencia queda en segundo plano.

Este caso invita a replantear el discurso de los certámenes que presumen empoderamiento femenino. Si las organizaciones realmente desean sostener esa narrativa, deben asumir responsabilidades reales como protocolos claros de trato digno, sanciones inmediatas ante conductas abusivas y una cultura que no normalice la humillación como mecanismo de control o espectáculo.

Más allá del brillo, los vestidos y los reflectores, este episodio dejó al descubierto algo esencial, en pleno siglo XXI, la dignidad de las mujeres sigue siendo negociada en espacios que prometen celebrarlas, pero que a veces las colocan en situaciones de vulnerabilidad. Fátima Bosch hizo lo correcto al no asumir que calladita se ve mas bonita. Su respuesta no sólo defendió su integridad, sino que obligó a mirar de frente una realidad incómoda: el empoderamiento no puede ser un eslogan si no va acompañado de respeto.

Su gesto, amplificado por miles de voces en todo el mundo, marcó un antes y un después. Y recordó, con fuerza, que la dignidad no se discute, se exige, porque  ser fea es un acto de amor propio…

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