Por Gigi Rodríguez
Hubo un tiempo en el que Sydney Sweeney me parecía una actriz interesante. Tenía ese aire de chica real con una belleza clásica, y parecía mantenerse al margen del escándalo gratuito. Pero en los últimos meses, algo en su discurso —o la falta de él— me ha empezado a incomodar profundamente.
La gota que colmó el vaso fue su nueva campaña con American Eagle, con un copy que juega al doble sentido: “Sydney Sweeney has great jeans”, que suena exactamente igual que “great genes”. Un guiño que tal vez quiso ser ingenioso, pero que en el contexto actual termina siendo bastante peligroso. El mensaje, acompañado de la imagen de una mujer blanca, rubia, de ojos azules, ha levantado una ola de críticas por su posible trasfondo supremacista. Y no, no es paranoia ni exageración: cuando el mensaje se parece demasiado a los discursos de “pureza genética”, es necesario detenerse a cuestionarlo.
Algunas personas incluso llevaron la conversación más lejos, haciendo una lectura muy concreta; que la campaña estaba celebrando “los buenos genes alemanes” de Sweeney. Esa frase, tan cargada históricamente, no puede pasar desapercibida en un mundo donde los símbolos importan. Y es ahí donde el límite entre la provocación publicitaria y la apología peligrosa se vuelve difuso.
Para colmo, Donald Trump salió en defensa de la campaña y de Sweeney. Que el expresidente —con un historial abiertamente racista— respalde tu imagen pública, debería ser una alerta roja. Y si sumamos que la familia de Sydney también ha sido criticada por compartir contenido de carácter racista o ultraconservador en redes… Pues ya no queda mucho margen para pensar que es “casualidad”.
Lo triste es que al principio me gustaba su presencia. Pero últimamente parece que Sydney se ha convertido en el tipo de figura que incomoda más por lo que calla que por lo que dice. En un mundo donde las figuras públicas tienen más alcance que algunos gobiernos, la neutralidad es una posición política, y más cuando el silencio beneficia a los de siempre.
Esta campaña no es sólo sobre jeans. Es sobre lo que decidimos seguir normalizando. ¿Hasta qué punto las marcas van a seguir vendiéndonos cuerpos perfectos y “genes superiores” como si no hubiera historia detrás? ¿Y hasta cuándo vamos a seguir aplaudiendo a celebridades que deciden mantenerse cómodas mientras su imagen valida discursos peligrosos?
