Por Gigi A. Rodríguez
Cuando Sabrina Carpenter lanzó la portada original de Man’s Best Friend —posando de rodillas, con un hombre tomándola del cabello— muchos la acusaron de perpetuar una imagen de sumisión femenina. Otros, entre los que me incluyo, vimos una sátira pop disfrazada de escándalo. Hoy, Sabrina nos da la razón… A todos. O a nadie. Porque con su nueva portada “aprobada por Dios”, lo que en realidad está haciendo es reírse de todos los que intentaron moralizar su arte.
En la imagen en blanco y negro compartida hoy, 25 de junio, Sabrina aparece en medio de un elegante salón, luciendo como salida de una película vieja de Audrey Hepburn, pero con esa expresión tan suya: la que dice “sé exactamente lo que estoy haciendo”. Junto al post, escribió con ironía: “here is a new alternate cover approved by God”.
La frase no es gratuita. Es una burla sutil pero filosa a quienes aseguraron que su portada anterior era “problemática”, “inapropiada” o “ofensiva para las mujeres”. Sabrina, fiel a su estilo, no ofreció una disculpa: ofreció arte alternativo, igual de cuidadosamente diseñado, pero ahora apto para enmarcar en salas de estar sin escándalo… O eso creen.
La diferencia no está en la imagen. Está en la intención. Sabrina lanza una portada alternativa no como retractación, sino como performance. Como si dijera: “¿Quieren algo que no los altere? Aquí está. Bendito sea. Y bendíganme ustedes también”.
Hay un detalle que permanece intacto en ambas portadas: El rostro del hombre nunca se muestra. En la versión original, su mano domina el cuadro. En la nueva, su espalda ocupa el centro mientras Sabrina lo abraza con una mirada directa a la cámara. Él es una presencia necesaria, pero no protagonista. Un símbolo más que una persona.
¿No es esa, acaso, la inversión más brillante? En un mundo que tantas veces ha encuadrado a las mujeres como accesorio en las historias de los hombres, Sabrina borra al hombre del relato visual y convierte al “mejor amigo del hombre” en un concepto ambiguo. Ella es el rostro. Ella es la figura reconocible. Él, un borrón elegante que sirve al encuadre, pero no al discurso.
Ambas portadas coexisten: Una sexual, casi paródica; la otra elegante, casi clásica. Pero en ambas, la que sostiene el relato es ella. Ya sea arrodillada o abrazando con media sonrisa a un acompañante sin nombre, Sabrina demuestra que sabe exactamente qué narrativa quiere contar.
No busca ser entendida por todos. Solo busca —y consigue— dejar huella. En cada detalle, cada encuadre, cada burla.
Así que sí, Man’s Best Friend ahora tiene una portada “aprobada por Dios”. Pero no por el que algunos quisieran.
